Como si le faltaran, Goldman Sachs tiene un nuevo enemigo.

Hank Greenberg, en su oficina en Park Avenue, en Manhattan, me dice cómo hacer mi trabajo, insistiendo en que los periodistas deben llegar al fondo de los hechos previos y posteriores al rescate gubernamental de AIG, la firma de seguros que él convirtió en un gigante global.

En concreto, deben descubrir el papel que jugó el banco de inversión Goldman Sachs. Greenberg señala un fajo de recortes de prensa del New York Times, Washington Post y del grupo McClatchy sobre las actividades de la firma antes y durante el colapso de las hipotecas de alto riesgo, o subprime. "Tenemos ante nosotros un rompecabezas al que le faltan piezas. Poco a poco, las estamos recopilando. Las piezas encajan en su lugar y la imagen que revelan no es agradable", dice.

Vayamos al grano. ¿Acaso está Greenberg sugiriendo que fueron las maquinaciones de Goldman Sachs las que provocaron el desastroso fracaso de AIG en el marco de la crisis financiera? "Bueno, desde luego no sería muy difícil llegar a esa conclusión", apunta.

Hasta hace unos años, Greenberg disfrutaba de una carrera estelar como presidente ejecutivo de la aseguradora estadounidense. Pero todo eso cambió en 2005, cuando se convirtió en uno de los titanes corporativos de los que se valió un ambicioso fiscal general de Nueva York llamado Eliot Spitzer para ascender en la élite política.

Greenberg, un capitán genuino de la industria pero de bajo perfil, construyó AIG a lo largo de 30 años hasta convertirla en la mayor y más admirada compañía del sector. Entonces, Spitzer, impulsado por una fiebre de desconfianza post-Enron, lo acusó a él y a AIG de fraude contable.

Para acallar al voraz fiscal general, la junta directiva de AIG optó por destituir a Greenberg. Sin embargo, a sus 80 años, el ejecutivo no anticipó que el drama de su retiro forzado sólo estaba empezando y que llevaría a una batalla en la que estaría en juego mucho más que su propia reputación: la supervivencia de la compañía que había erigido.

Eso es precisamente lo que pasó. En los meses después de su salida, AIG aumentó sus apuestas por el mercado inmobiliario al suscribir lo que resultarían, en efecto, pólizas de seguros sobre valores derivados respaldados por hipotecas de alto riesgo. Estos valores fueron creados por las firmas de Wall Street, entre ellas Goldman Sachs, para conservarlos o venderlos a inversionistas. AIG no sólo se había comprometido a asegurarlos contra posibles pérdidas, sino también a emitir pagos en efectivo para compensar cualquier caída en el precio o rebaja de sus calificaciones de crédito de triple A: eventos que se sucedieron repentinamente cuando el mercado inmobiliario de Estados Unidos colapsó y el pánico se apoderó del sector financiero global.

De repente, AIG estaba perdiendo ingentes cantidades de dinero en un momento en que el inquieto mercado se volvía más reticente a prestarle a la firma. Finalmente, el gobierno intervino para evitar su bancarrota, ante el temor de que su hundimiento pudiera arrastrar a toda la economía.

¿Cómo se vino todo abajo tan rápidamente? He aquí las piezas que Greenberg identifica como responsables. En 2005, un grupo llamado la Asociación Internacional de Swaps y Derivados (ISDA por sus siglas en inglés) fijó nuevos estándares para las clases de seguros contra cesaciones de pago (CDS) que estaba emitiendo AIG.

La siguiente pieza en encajar apareció, según Greenberg, cuando informes recientes sugirieron que, en el momento álgido de la burbuja inmobiliaria, "un pequeño grupo de ejecutivos allí (en Goldman Sachs), tipos inteligentes, decidieron que el mercado de bienes raíces colapsaría". Goldman entonces empezó a crear nuevos derivados respaldados por valores subprime, asegura Greenberg, y "empezó a promocionarlos con bombos y platillos a la vez que apostaba a que su valor disminuiría".

Bingo. La burbuja explotó y en resumen, AIG se vio atrapada. A medida que el pánico se propagaba por el sector financiero, le exigieron a la firma cantidades imposibles de efectivo bajo contratos de seguros a los que les quedaban años de vigencia y que (tal como argumenta Greenberg y los hechos parecen confirmar) probablemente habrían acabado desempeñándose adecuadamente a largo plazo.

Pero esto constituye apenas la mitad del rompecabezas, afirma Greenberg. Cuando el gobierno se hizo con AIG, ¿por qué insistió en que Goldman y otras firmas recibieran 100 centavos de dólar por cada dólar expuesto a AIG, mientras los términos del propio rescate de la compañía eran tan onerosos que no le dejaron otra alternativa que una progresiva y dolorosa liquidación? Mientras los rescates gubernamentales de Citigroup, Bank of America, GM y Chrysler fueron claramente diseñados para salvar a las firmas, ¿por qué parece que el de AIG fue diseñado para crear un activo en deterioro que desaparecería lentamente en manos de los contribuyentes?

Sobre todo, no logra entender por qué el Departamento del Tesoro y la Reserva Federal inyectaron miles de millones de dólares en dinero público en Goldman y otras firmas.

Greenberg está seguro de que la destrucción de AIG fue el objetivo político del momento. Desde su postura, sólo ve tres maneras de resolver el misterio de la aseguradora. "O los periodistas siguen descubriendo las piezas del rompecabezas que faltan", dice, "o los miembros del Congreso exigen una investigación y colocan a la gente bajo juramento". La tercera sería recurrir a demandas colectivas.

El ejecutivo reconoce que está librando una lucha peligrosa, dado que su meta final es conseguir que el gobierno mejore los términos del rescate de AIG. En este contexto, una demanda que cuestione la absorción de la aseguradora no está en las cartas, aunque Greenberg no se ha rendido. Su objetivo es que se revisen ampliamente los términos del rescate para volver a un escenario en el que reine el capital privado.

"Hay demasiado ruido, demasiada gente inteligente haciendo preguntas que merecen una respuesta. Espero que los periodistas hagan el trabajo que les apasiona y revelen la verdad. Espero que entonces el Congreso diga que hay que hacer algo al respecto por justicia. Los estadounidenses deberían saber esto y luego implementar los cambios necesarios para evitar la destrucción total de una gran compañía que fue el orgullo de EE.UU. en la industria aseguradora".
-- Jenkins es columnista de TheWall Street Journal



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